El día comienza como
cualquier otro, con el ruido normal de un monstruo al despertar y un tímido sol
que asoma apenas unos cuantos rayos, suficientes para calentar los ánimos de
aquellos que despiertan con la firme intención de hacer que este día sea mejor
que el anterior.
¡Ah! Esos optimistas que
al terminar la jornada vuelven a mentalizarse y piensan que mañana, ahora sí,
será un mejor alba.
Otros, en cambio, ven la
llegada de un día más como una confirmación de que sus vidas están en el camino
equivocado; sin embargo tienen que salir adelante porque, sí es el caso, otras
personas dependen de ellos y si no lo hacen, corren un riesgo latente de morir
por inanición; es claro que aún no están listos para eso porque el viernes al
salir de la oficina, tendrán la oportunidad de escapar de sus patéticas
realidades y olvidarse de sus problemas para reír y bailar con amigos y
desconocidos.
Después de todo, un día
más que transcurra indica que el fin de semana está más cerca.
Con optimismo o
resignación, la ciudad se llena de cuerpos perfumados y mal desayunados que
llenan los vagones del metro, los microbuses, las combis y las
vialidades.
Entre todas esas
personas, camina presuroso Martín, cargando un maletín en la mano derecha y un
vaso de café en la izquierda. Salió de su hogar enojado, porque Carmen no se
había levantado y otra vez no le hizo de desayunar.
“A ver hasta cuando se
le quita lo huevona y la mala cara que ha traído desde hace días” murmuró
mientras cerraba la puerta de su casa. En el trayecto a su trabajo fue
recomponiendo su humor debido a la posibilidad de ver de nuevo a
Susana; aquella chica bien vestida, de cabello largo y rizado que una vez
le sonrió y a partir de entonces ha estado intercambiando palabras con él
cada vez que se encuentran.
Mientras Martín se
imagina el momento ideal para invitar a comer a Susana y se olvida de su
familia; Carmen sigue sin poner un pie fuera de la cama. Ella sólo
despertó porque cuando Martín salió, azotó la puerta y el ruido la sacó de un
mundo lleno de sueños rotos y tinieblas que nublan su futuro; un mundo alterno
en el que ella vive desde hace varios días y que le impide encontrar una
motivación para salir de la cama y hacer algo más que llorar.
Todo comenzó desde que
su pequeño hijo, Marcos, salió de vacaciones decembrinas y decidió pasar unas
semanas en casa de su tía que le prometió días llenos de juegos, actividades
divertidas y comida que le encanta, como premio por haber sido el alumno más destacado
de su grupo en los primeros dos parciales del año escolar.
Carmen y Martín no
tuvieron problemas en dejarlo ir; al contrario, creyeron que era un premio que
su hijo merecía y que ellos no podían darle, además de que esas semanas
viviendo solos reforzaría su relación de pareja... No fue así.
La soledad afectó a
Carmen de una manera terrible y Martín, al no saber cómo comunicarse con ella,
empezó a hartarse de la actitud de su esposa, su cabeza generó la falsa idea de
ser un hombre que merecía más de lo que Carmen le daba.
Nunca fueron la pareja
modelo, pero tampoco habían enfrentado una crisis como esta. Mientras él
hacía escenas mentales que incluían a Susana y borraban a Carmen y Marcos, ella
se hundía más y más en aquel pozo llamado depresión.
Para ella ya no había
diferencia entre los rayos del sol y la luz de la luna, ya no existía día ni
noche, todo era gris, oscuro y frío. No había motivación alguna ni razones para
seguir adelante. En su mundo, lo único que quería, era detener ese viaje a
un terrible inframundo y así, simplemente dejar de existir.
El primer día que Marcos
no durmió en casa, Martín le dijo que el guisado que le había servido para
cenar estaba un poco salado, Carmen probó el plato y corroboró que el arroz y
el huevo revuelto de su marido tenían exceso de sal, no estaba incomible; pero
tampoco estaba delicioso como ella imaginaba.
Martín terminó de cenar
y se sentó en su sillón favorito para ver una película que estaba pasando en
televisión abierta, “El perfecto asesino” de Luc Besson, protagonizada por un
magnífico Jean Renó y una tal joven llamada Natalie Portman. Era su
película favorita desde siempre y cada que la pasaban, la veía.
Carmen se fue a acostar.
“Te espero en la cama” dijo, pero Martín nunca llegó; se quedó dormido en la
sala, con la televisión encendida. Al día siguiente, cuando Martín se fue
a trabajar, Carmen lloró y lamentó haberse pasado de sal en la cena de la noche
anterior.
Su mente le estaba
comenzando a jugar una broma de muy mal gusto en la que asociaba el haber
dormido sola con ese minúsculo error que su esposo ya había olvidado.
Recorrió su cuarto, la
sala, el comedor y la cocina con escoba y trapo en mano, limpiando hasta el más
mínimo detalle para que cuando Martín regresara, notara que su casa estaba reluciente. A
las seis de la tarde el teléfono sonó; era él, avisándole que no llegaría a
dormir porque saldría muy tarde de la oficina y no llevaba dinero para pagar el
taxi de regreso a casa, se quedaría a dormir en casa de su madre, que vivía a
unas cuadras del edificio en el que laboraba.
Segunda noche en la que
Carmen dormiría sin compañía, noche cuando adquirió el vicio de estar
triste. La mañana siguiente despertó y se descubrió sola, con los ojos
hinchados. “Y todo por un pinche huevo salado”, gritó detonando su
desesperación.
Ese día no desayunó, no
comió ni cenó. Martín llegó y la encontró en pijama, misma que no se quitó
desde que despertó en la mañana, no notó que la casa estaba limpia; pero en
cambio se dio cuenta que no había nada que saciara su apetito. Reclamó,
gritó y se enojó.
Carmen no se disculpó ni
explicó cómo se sentía; la tristeza había consumido rápidamente todas las
energías que le quedaban y ya no le quedaban fuerzas ni para hablar. Los
días pasaron y la historia se repitió, el único cambio fue el mundo de
Carmen que cada día era más frío y oscuro, mientras que Martín transformó su
enojó y frustración en simple y llana indiferencia.
Su vicio, el de estar
triste, se alimentaba con recuerdos de un pasado que creía olvidado, pero sólo estaba
escondido, aguardando el momento justo para salir a atormentarla.
Los primeros días los
recuerdos eran constantes y la hacían llorar hasta que sus ojos enrojecían.
Poco a poco esto fue cambiando y ya todo daba igual, la tristeza se había
convertido en algo tan habitual que ya no le provocaba nada.
Las fuerzas se le fueron
consumiendo, sus sueños se rompieron y las esperanzas simplemente
desaparecieron; era como si se hubiera aislado en una burbuja que le impedía
ver que existía un mañana, le impedía ver y sentir esos rayos de sol que
despertaban a Martín.
Su mente había olvidado
los bellos recuerdos y se había llenado de un vacío que no le decía nada. Un
vacío que le provocaba nada y esa nada la tenía sumida en las sombras de una
enfermedad que requería de la ayuda de Martín y de todos sus seres queridos.
Martín no entendía y su
indiferencia hizo más complicada la situación, nadie se imaginó por lo que
Carmen pasaba, la degeneración fue tan rápida que no les dio tiempo de
sospechar. Curiosamente hoy, Carmen despertó con una idea en la cabeza que
la motivó a salir de la cama: ponerle fin a su situación.
Tiene todo planeado,
abrirá el botiquín que tiene en el baño, sacará de su empaque todas y cada una
de las pastillas que encuentre, llenará un vaso grande con agua y se las
tragará todas.
Antes, toma una hoja de
papel y escribe “Perdón por todo, bajo tierra estorbaré menos”. Toma una,
dos, tres, veintisiete pastillas. Se recuesta en su cama y un dolor intenso en
su abdomen marca el principio del fin.
Carmen no tuvo a nadie
que le pidiera al mar que devolviera sus sueños muertos, nadie que le pidiera
al sol que calentara sus pensamientos, nadie que reconstruyera su mirada, nadie
que coleccionara sus suspiros.
Así como a ella, la
depresión afecta a 9.2% de la población mexicana*. La Secretaría de
Salud estima que cada año hay hasta 14 mil intentos de suicidio, de los cuales, 1 de cada 10 se consuma, lo que coloca a México como el noveno país con más muertes
autoinfligidas de
un total de 53 naciones enlistadas.**
Todas ellas fueron
personas que no volvieron a ver la luz, murieron hundidas en la oscuridad
provocada por la depresión, aisladas en la indiferencia y sepultadas en las
tinieblas de sus profundas tristezas.
Fuentes:
*Berenzón,
Shoshana, et al., “Depresión: estado del conocimiento y la necesidad de
políticas públicas y planes de acción en México”.
(http://bvs.insp.mx/rsp/articulos/articulo_e4.php?id=002796) Consultada el 23
de marzo del 2015
**”Depresión y suicidio en México” (http://www.spps.gob.mx/avisos/869-depresion-y-suicidio-mexico.html) Consultada el 23 de marzo del 2015
NOTA:
Este texto fue publicado en una página muy bonita llamada "Reversa MX"; el sitio desapareció y con él se fueron varias cosas que no pude recuperar, pero este lo encontré hace un rato limpiando mis documentos y decidí colgarlo en éste, mi humildísimo blog.
Y sí, estoy loco, ¿Ustedes?
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