Hoy
es jueves diecinueve de abril del 2012, el día es el más feliz que he visto en
todo lo que va del mes; cumplo dos días sobrio y me parece el escenario ideal
para terminar al fin con esta mierda.
Una semana
en completa soledad me ha hecho recapitular todo, desde que mi madre me bautizó
como Rodrigo hasta ahora, cuando estoy plasmando lo poco que me queda de alma
para después llevarla a donde pertenece: el bote de la basura.
Desde
hace un mes empezaron los problemas con Andrea y todo por culpa del hijo de
perra de mi ex jefe. “No nos han estado pagando a tiempo los clientes y vamos a
tener que recortar personal” ¡Jódase, viejo decrépito!
Ese
día llegué a casa y no le dije nada a mi esposa -¿o debería decir ex esposa?
¿viuda? Después de todo estoy enterrado entre tanta porquería- vi a mi hijo,
crece tan rápido… tal vez me hubiera gustado vivir el momento en el que fuera
prudente dejar de decirle “Pedrito” y comenzar a llamarle “Pedro”.
Le
di su mamila y en mi mente me atormentaba la pregunta de hasta cuándo le iba a
poder comprar otra lata de leche, pero no lo demostré.
“Mi
jefe me dio vacaciones, dos semanotas, mi amor”, le dije con una sonrisa
fingida a ella, la que fuera mi respaldo por casi tres años, “dice que, como he
estado haciendo horas extras, ya me merezco un descanso”.
En
el fondo presentí que no me creyó, porque sus ojos no me mostraron ese brillo
que me iluminaba cuando le daba buenas noticias, cuando le demostraba mi amor y
cuando ella me hablaba de las cosas que quería que hiciéramos juntos en un
futuro.
Sólo
me vio, sonrió, me quitó a Pedrito y me dijo “Qué bueno, amor” y se dio la
media vuelta.
Recuerdo
eso y me vuelvo a llenar de rabia, siento ese calor que me recorre el cuerpo y
esas ganas incontenibles de darle un golpe a su rostro para borrarle ese gesto
hipócrita.
Fui
al baño, me lavé la cara y salí sin decir una sola palabra. Fui a la Cantina
“Los Dolores” y ahí me encontré con Tomas, amigo mío desde la secundaria. Toda
su vida había sido un desastre hasta hace un año que logró entrar a trabajar
como asistente en la procuraduría y ahora ya era el manda más. “Cagón” le decía
siempre que me lo encontraba.
“Cállate,
pinche envidioso” contestaba invariablemente.
Pero
ese día no. Llegué y me senté junto a él. Me observó, me dio una palmada en la
espalda y me sirvió un trago de la botella que estaba por terminarse. Le conté
todo lo que había pasado y su respuesta fue: “ni pienses en regresar a tu casa,
estás tomado y encabronado, en una de’sas le pones una madriza a Andrea y de
esa ni yo te voy a poder zafar; vente conmigo”.
Y
así fue.
No regresé a casa hasta dos semanas después. No había nadie. Volví a
caer y me bebí hasta la última botella de perfume que estaba en el tocador de
nuestro cuarto.
¡Carajo!
Por una tontería, en un solo día perdí todo lo que tenía.
No
recuerdo que pasó la siguiente semana. Recobré la conciencia apenas el lunes y
no he tomado una sola gota de alcohol. Pensé en ir a buscar a Andrea… mi
Andrea… y a mi Pedrito. Seguro están en casa de mis suegros. No puedo decir
nada malo en su contra, siempre nos apoyaron y a pesar de que les robé a su
pequeña hija, nunca se portaron mal conmigo.
¡Qué
estúpido! Tan sencillo que hubiera sido decir la verdad y pedirle a ellos que
nos apoyaran un tiempo… vaya, apenas me doy cuenta de cuál habría sido una
mejor solución.
Esto
sólo confirma mi estupidez y me impulsa más a hacer esto.
Cinco
pesos en la bolsa, suficientes para pararme en la taquilla y comprar el último
boleto de mi vida.
Trataré
de hacerlo a media mañana, ya que las personas hayan llegado a sus trabajos y
los jóvenes a las escuelas. No quiero causar más problemas.
Supongo
que esto es una despedida… ¿de quién? No sé.
No tengo nada ni a nadie.
Por
eso esto irá al bote de basura y si alguien la encuentra y la lee, no sienta
lástima por mí, por favor. Sólo quémela o devuélvala a su lugar: la basura.
Y sí, estoy loco, ¿Ustedes?
Y sí, estoy loco, ¿Ustedes?
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