Siempre
que me quiero poner en plan filosófico y soltar verborrea sobre el amor, me
gusta citar las palabras de José Manuel Aguilera, quien además de ser músico y
escritor, también es una de las personas que más admiro por su capacidad de
transmitir emociones y sentimientos.
Recuerdo
que estaba sentado a un lado de él, en la plaza de la Conchita, en Coyoacán y
mientras una de mis mejores amigas nos tomaba fotos, yo sostenía el micrófono.
Ya casi para terminar, le pedí que me diera su definición de la palabra “amor”;
él rió, se levantó y me dijo:
El amor cada quien lo define, pero es
una emoción poderosa, efervescente, que te hace hacer muchas locuras. Se puede
ver como una enfermedad mental. Cuando estás realmente enamorado, estas como
drogado.
Y
sí, estar enamorado es hacer cosas por puro impulso, mismo que es provocado por
un instinto muy primitivo de sobrevivencia. Nuestro lado animal hace de las
suyas y saca las garras en busca de alguien con quien procrear.
Ya
sé que existimos muchos que decimos no considerar en nuestros planes tener
hijos –me incluyo- pero tal vez en el
fondo, muy, muy, muy, muy, muy en el fondo existe esa cosquillita por ver a un
ente babeante, maloliente y chillón que tenga ciertos rasgos parecidos a
nosotros, pero existen factores que hacen que esa cosquillita no termine de
causarnos la comezón que tienen otros, los que se mueren por ser papás. Cada
quién.
Pero
ese no es el punto, la cuestión es que al hablar de hijos y padres, descubrimos
la aplicación perfecta del concepto ideal de amor; esos que dicen que amor es
una explosión constante de actitudes y comportamientos desinteresados e incondicionales
destinados a procurar el bienestar del ser amado, pueden ejemplificar su
concepto con el amor de una madre y un padre a sus hijos.
Me
gustaría decir que también aplica inversamente, es decir, que ese amor también
existe del hijo a sus padres, pero conozco varios casos que me hacen dudarlo.
Ya sé, también existen madres y padres que no aman a sus hijos, pero me gusta
pensar que son una minoría diminuta y no me contradigan porque van a acabar
rompiendo una de las pocas ilusiones que me quedan y quebrantarán la poca fe
que le tengo a la humanidad.
Esto
me hace pensar que el amor en una relación de pareja se confunde con la mezcla
de un molesto conjunto de químicos cerebrales y la sensación de necesidad,
costumbre, apego y comodidad.
Y
aquí retomo lo que dice Aguilera al respecto del enamoramiento, porque estar
enamorado es sentir algo poderoso y que aparece muchas veces sin pensarlo ni
esperarlo, pero pasa y ya. Ni modo. Hacemos de todo, hasta eso que alguna vez
dijimos “pfff, nunca haría algo así por alguien”.
Lo
hacemos porque en nuestras estúpidas cabecitas se procesa la idea que nos hace
pensar que eso está bien, que hará sentir bien a la persona de la cual
experimentamos el enamoramiento y, si esa persona se siente bien, nosotros
también estaremos mejor.
Ok,
nuestras cabecitas nos son tan estúpidas, siempre y cuando el enamoramiento sea
mutuo. Si no lo es, entonces sí, la cabeza es muy, muy tonta. Pero esa es otra
historia. Perdón.
Cuando
el cerebro hace de las suyas en ambas personas y se concreta una relación de
pareja, lo que sigue es un proceso de acoplamiento e incluso de mimetización;
imitar comportamientos, compartir gustos, vivir cosas juntos. Ya saben, todo lo
bonito de una relación. Luego vienen las peleas y discusiones, Se supone que son
normales porque, precisamente ayudan a este proceso de acoplamiento.
El
mismo José Manuel Aguilera lo dice en una canción de La Barranca:
No hay placer sin dolor, no es amor si no
lastima... No hay pasión que no sea riesgo, no hay rosa sin espinas.
Siempre
y cuando, claro esté, esas discusiones y peleas no pasen un determinado grado
de respeto. Y también que no sean cada semana, cada tercer día, diario, cada
cinco minutos. Eso, amiguitos, es una relación altamente destructiva e incluso
puede ser la famosa y temida codependencia. Pero esa también es otra historia.
Cuando
el acoplamiento crece, nace la costumbre y, si todo sigue bonito llegará el
matrimonio. Pero ¿eso es el amor? No sé, mi relación más duradera ha sido de
once meses.
Eso
me lleva a pensar que si es que amo a algunas personas, esas son mis padres y
mis sobrinos. Y creo que ya.
Si
hablamos de estar enamorado, por supuesto que lo he estado y no me arrepiento,
porque a pesar de no ser un hombre que pueda ser considerado afortunado en esos
asuntos (ya sé, me gusta el drama) el simple hecho de experimentar esa ráfaga
de sensaciones es algo que nos hace recordar que estamos vivos. A veces sirve
de motivación y otras tantas para redescubrir nuestros propios límites de
ridiculez. Pero está bien.
Qué flojera
nunca sentir como se te traba la lengua cuando intentas platicar con alguien
que te atrae, el nervio previo a una cita, el temblor de manos y de pies, la
hiperactividad y los tics que reflejan la emoción, el pensar en esa persona
hasta por el más mínimo detalle y, bien o mal, procurar el bienestar de alguien
más.
Y es
aquí donde puedo concluir que amor es algo que está ahí, vigilándonos y nos
manda algunas probaditas de su fuerza con eso llamado enamoramiento. Y estar
enamorado es vivir en extremos o simplemente vivir. Experimentar ideas,
sensaciones y emociones. Y la vida no sería vida si no tuviéramos la capacidad
de sentir eso por alguien más.
Y sí, estoy loco, ¿Ustedes?
Y lo que te falta mi querido Chomarelo, de lo que hablas es de enamoramiento, cuando ames de verdad verás que el rollo es mucho más complicado de lo que parece. Por cierto... ¿Ya leíste El arte de amar de Erich Fromm????
ResponderEliminar