Muchas
veces he escuchado que lo mejor para escribir bien es leer. Leer literatura de
calidad; cuentos, novelas, crónicas, relatos, poemas y ensayos. Lo que sea, el
chiste -dicen- es leer. Drama, suspenso y terror, pasando por letras que llenan
de miel y textos que inundan de alegría. Leer y leer para poder escribir bien.
Lo
he intentado todo; comencé leyendo a Benito Pérez Galdós y su obligada
Marianela, seguí con García Márquez y odié a su general sin remitentes, en
cambió amé a José Emilio Pacheco y su
entrañable Carlos, batallando en la colonia Roma. Le encontré varias
interpretaciones al Principito y caí en la tentación de leer a Jorge Bucay y
Coelho.
He
de confesar que el optimismo que me impregnaron me duró dos días y terminé
vendiendo en las chácharas sus libros. Me alcanzó para varias cajetillas de
cigarros y un par de encendedores. Siempre pierdo los encendedores y el
optimismo.
El
primer libro que me decepcionó fue Drácula. Me encantó el desarrollo, pero el
final me hizo odiar a Bram Stoker.
Por
otro lado, el primer libro que terminé de un sentón y releí dos veces más el
mismo mes fue Oscura Monótona Sangre, de Sergio Olguín. A él lo amé.
Le
entré a Lovecraft, al Marqués de Sade y también leí el aburridísimo Tulipán
Negro de Alejandro Dumas. También pasé por Nietzsche, Kafka y Palahniuk y me
sentí atraído por los lentes de pasta, suetercitos ridículos, usar bigote y
fingir un acento argentino.
Debo
agradecer a mi sobrepeso que nunca encontré un suéter de mi talla que se me
viera “bien”, agradecer también que mi genética hace que los pelos que deben ir
por encima de los labios me salen de una forma muy irregular y también le
agradezco a aquella ex novia que solía ir a comer a la Condesa porque ahí
descubrí que en México, una gran concentración de argentinos bien parecidos, se
dedican a meserear.
Además
tengo el problema de hablar muy rápido, lo cual pudo ocasionar que ese acento
se convirtiera en una falsa imitación de algún guatemalteco o chiapaneco y yo
soy orgullosamente mexiquense. Pero ese es otro asunto.
Gracias
a todo eso me salvé de caer en esa moda y me quedé con mi estilo, ese que ni yo
comprendo, pero algún día lo haré.
Ahora
estoy encantado con Haruki Murakami. Ya sé, muchos lo odian, lo critican y lo
meten al mismo costal de aquellos autores de best-sellers que sólo escupen
letras para generar fortunas.
Estoy
de acuerdo con las críticas, de verdad, pero ese hombre de ojos rasgados me ha
enganchado por su forma extensa de describir detalles y su obsesión por los
embrollos amorosos que involucran a personajes con manías que –no sé cómo
sentirme después de escribir esto- muchas veces se parecen a las mías.
Ya
leí, releí y seguiré leyendo, pero sigo sin saber escribir bien.
Un
día se me ocurrió buscar en Google tips para escribir bien y encontré uno que
me llamó la atención: imita a tu autor favorito.
Los
ojos me empezaron a arder, me dio sed y los dedos comenzaron a cosquillearme.
Eran los síntomas típicos de un repentino chispazo de inspiración que tenía que
aprovechar. “Es ahora o nunca, descubrí el hilo negro, al fin lo lograré” pensé
de forma extrañamente optimista.
Preparé
café, encendí un cigarro y comencé a teclear. Pasaron horas y el resultado fue
una hoja en blanco -luego de escribir y borrar en repetidas ocasiones- y una
terrible frustración.
Luego
de ese día pensé en dedicarme a vender discos -en formato mp3, obvio- o ser
chofer de un taxi. También pasó por mi cabeza poner un negocio de comida
corrida o ir a pedir trabajo de cajero en un Soriana o algún Aurrera. Pensé en
esos porque su uniforme es verde y, bueno, me gusta el color verde.
Después
pensé que no era necesario un cambio tan radical y bastaría con cambiar de
hábitos, así que decidí gastar mi tiempo libre en videojuegos. Me compré un
XBOX de primera generación y un montón de juegos variados. Una semana después
recordé que siempre he sido pésimo para esas cosas.
Mi
máximo logro fue ganar la liga mexicana en el FIFA 07, jugando en modo principiante.
Mi depresión aumentó y aquel aparatejo se condenó a vivir en un rincón
acumulando polvo.
Así
pasaban los días hasta que terminó el invierno y los rayos del sol primaveral
iluminaron mi pensar y me hice una pregunta: ¿qué carajos importa no saber
hacerlo, si al hacerlo me siento feliz?
Cocinar
me hace feliz aunque nunca haya tomado clases de gastronomía; leer me hace
feliz a pesar de que siempre he sentido que leo muy lento; caminar me hace
feliz con todo y mi terrible sentido de ubicación culpable de que casi siempre
me pierda. Gracias todas las personas que me han orientado para llegar sin
problemas la estación del metro más cercana.
Si
todo lo que me hace feliz lo hago mal, pero no dejo de hacerlo, ¿por qué iba yo
a dejar de escribir, si las letras siempre me han servido para conocerme,
entenderme y desahogarme?
Y es
por eso que sigo acá, dejando fluir sentimientos y plasmándolos de mala forma en
letras. Porque me libra de las temibles crisis neurótico-depresivas, porque me
ayuda a superar capítulos, porque me ayuda a comprenderme, porque me libera,
porque me gusta y porque me hace feliz.
(¿Se
fijaron? Cambié los paréntesis por guiones. No sé si cometí algún crimen
gramatical. Si lo hice, díganmelo y regresaré a mis amados pero adictivos
paréntesis)
Y
sí, estoy loco, ¿Ustedes?
Buen texto, Omar. No sé qué tan malo o bueno sea el hecho de decirte que sí sabes escribir, jajaja. El punto es que me late en demasía tu sentido del humor. Ojalá más personas te leyeran, pero me imagino escribes esto tarde, muy tarde, cuando casi no hay gente por acá y estás ansioso por ver las letras trepadas en este espacio. Si estoy en lo correcto, me pasa.
ResponderEliminarNo puedo decir más que ojalá no dejes de hacer esto que tanto te gusta y te sale tan bien. Rifas y controlas.
Por cierto, soy Amir.
ResponderEliminarJaja me haz hecho mi lunes!
ResponderEliminarNash
Mi querido Chomarelo: Decir que para escribir bien, necesitas leer mucho, es como decir que para aprender a nadar tienes que correr muchos kilómetros. Para escribir bien, lo que tienes que hacer es escribir mucho, la práctica hace al maestro. Leer más bien te da conocimientos y por lo tanto cosas interesantes de las cuáles escribir. Pero vas por buen camino. Amé esta entrada, me hiciste reír mucho, y pensar. Ya que yo también he considerado seriamente hacer una carrera respetable en la industria (como me lo aconsejó mi padre) y dejar mis sueños guajiros de ser una gran escritora. Pero no puedo, para mi escribir es como respirar, pero tus palabras me han dado la fe para seguir en mi necio empeño: Porque como tú yo también estoy loca. ¡Un abrazo!!!!
ResponderEliminar